El peligro del formalismo y legalismo


El peligro del formalismo y legalismo

Marcos 2,23. 3,6. 2, 23-28. El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado
Un sábado, atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas. Los fariseos le dijeron:
- «Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?»
Él les respondió: - «¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros.» Y añadió:
- «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado.»
Entró otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo.
Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo.
Jesús le dijo al que tenía la parálisis: - «Levántate y ponte ahí en medio.»
Y a ellos les preguntó: - «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo, morir?» Se quedaron callados.
Echando en torno una mirada de ira, y dolido de su obstinación, le, dijo al hombre:
- «Extiende el brazo.» Lo extendió y quedó restablecido.
En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él.

Reflexión
1. En el Evangelio, Jesús se enfrenta de nuevo con los fariseos. Para gran escándalo de ellos, Él se presenta como dueño del sábado. Así nos manifiesta que lo importante no es la ley, sino el espíritu de la ley; que lo decisivo no es el cumplimiento al pie de la letra, sino el amor al Legislador.

2. En la primera lectura, oímos los preceptos de la ley respecto al sábado. De ahí se llegó a un minucioso catálogo de acciones lícitas y prohibidas para este día sagrado. Arrancar espigas, lo que hicieron los apóstoles caía bajo la prohibición de cosechar en sábado. Curar una mano paralizada era practicar la medicina en sábado, cosa igualmente prohibida.

Los fariseos habían inventado un código de prácticas y prohibiciones tan ingenioso que bastaba con respetarlo para estar en regla con Dios. No interesaba ya que el corazón estuviera endurecido, ni la fe apagada: lo único importante eran los gestos y ritos. Entendemos bien que así la fidelidad a la letra hizo olvidar el espíritu de la ley.

3. Jesús, en cambio, nos manifestó, por su actitud, la libertad cristiana frente a la letra de la ley. Él nos descubre, más allá de ello, la intención de Dios en la institución del sábado. “El sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado”.

El día del descanso libera al hombre de su carga diaria. Es un regalo de Dios para alegría del hombre. Y, además, debe hacerlo libre para Dios. Pero ser libre para Dios significa mucho más que el observar preceptos y ritos.

No está libre para Dios quien por tantos ritos no ve ya al hombre, su hermano. Por eso, hacer el bien - como lo hizo Jesús en el Evangelio de hoy - no rompe el descanso del sábado. El amor el prójimo no admite descanso.

4. Ahora la pregunta es: ¿Qué quiere decirnos Cristo a nosotros por medio de este Evangelio de hoy?

Me parece que Él quiere nuestra atención sobre un peligro inherente del cristianismo: el peligro del formalismo y del legalismo. Es el peligro de toda religión: realizar fiestas y ritos, pero sin cambiar en nada la vida de cada día, sin cambiar en nada la actitud frente a Dios y a los demás.

5. Así es como el cristianismo muere. El mayor enemigo de la Iglesia no es el odio, ni la persecución. Al contrario, estas adversidades son un estímulo y una ocasión para renovarnos. Tampoco lo es el pecado, porque todo pecado puede convertirse en una falta bendita, gracias al arrepentimiento y el perdón.

El mayor enemigo del cristianismo es la rutina. Ella se insinúa sin que nos demos cuenta. Es ella la que reseca el corazón y corrompe los mejores anhelos. La rutina nos hace rezar sin respeto, nos hace asistir a misa sin gozo, sin acción de gracias y sin provecho. Nos hace venir a la Iglesia con el corazón cerrado y nos obliga a marcharnos tal como hemos llegado.

6. Sin embargo, creemos que estamos asegurando nuestra salvación yendo a misa todos los domingos. Pero de nada nos servirá el haber asistido a misa, si al salir no ha cambiado nada en nuestro corazón, en nuestra conducta, en nuestras costumbres.

¿Para qué comulgar con el Cuerpo de Cristo y encontrarse en Él con todos sus miembros, nuestros hermanos, si al salir quedamos guardando rencor contra uno de ellos, si no nos amamos un poco más que antes, si no nos sentimos más cerca unos de otros?

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

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