No tengan miedo! XII Domingo Ordinario
No tengan miedo! XII Domingo Ordinario
El miedo paraliza, el miedo provoca
equivocaciones, el miedo nos ata. La invitación recuerda pasajes como el de
Jeremías que tenía que proclamar un mensaje molesto para los demás y peligroso
para él.
Lecturas:
Jeremías
20, 10-13: “El Señor ha salvado la vida de su pobre de la mano de los
malvados”
Salmo
68: “Escúchame, Señor, porque eres bueno”
Romanos
5, 12-15: “El don de Dios supera con mucho el delito”
San
Mateo 10, 26-33: “No tengan miedo a los que matan el cuerpo”
¿Quién
será más testarudo? Todos le dicen que está jugando con fuego, pero él asegura
que antes muerto que rendirse. Me explico: tiene un pequeño negocio a la salida
de la ciudad. Hasta hace algunos años, le iba bastante bien y hasta para darse
“algunos gustos de más”, le alcanzaba. Así fue forjando el futuro de sus hijos,
les dio estudios, y alguno ha puesto también ya su negocito… pero de hace
algunos años a la fecha, ha sufrido asaltos, extorsiones, cobros de piso… y
hasta graves amenazas de muerte. Todos le dicen que se dedique a otra cosa, que
busque otro lugar… pero él insiste que hacerlo sería rendirse. “Prefiero morir
en la raya, antes que arrodillarme ante el miedo”.
Aunque
quisiéramos disimular la realidad, el temor y la inseguridad, como lo
demuestran muchas encuestas, son el pan de cada día y una de las mayores
preocupaciones de nuestro tiempo. No podemos abandonar la casa, no podemos
caminar con seguridad, no podemos ni siquiera confiar en los más cercanos. De
todos se duda, la desconfianza ha ganado un espacio en nuestro corazón. Por eso
me llama mucho la atención la insistencia del Evangelio de este día: “No
tengan miedo” Y se lo dice a sus apóstoles que realmente corrían graves
peligros. El pasaje evangélico que hoy leemos forma parte de las instrucciones
que Jesús da a sus discípulos cuando los envía a la misión, como ya lo veíamos
hace ocho días. Los exhorta a no dejarse vencer por el desánimo, el temor o las
críticas de los hombres. Incluso se percibe como una advertencia a no temer a
los grupos armados y a las fuerzas que de una y otra parte surgían: Roma para
mantener subyugados a los pueblos tributarios y las innumerables rebeliones que
buscaban atacar y dañar a Roma. Y, en medio de los conflictos, los mensajeros
del Evangelio. ¿Cómo no tener miedo?
El
miedo paraliza, el miedo provoca equivocaciones, el miedo nos ata. La
invitación a no tener miedo se repite varias veces y recuerda pasajes como el
de Jeremías que tenía que proclamar un mensaje molesto para los demás y
peligroso para él. Pero en la primera lectura, el profeta aparece confiado en
las manos de Dios. Las enseñanzas de Jesús se dirigen a sus discípulos y
pretenden infundir fortaleza y valor ante el rechazo o la persecución. Cada vez
que se invita a no temer, se mencionan los motivos por los cuales los testigos
del Evangelio no deben temer miedo. Así, a cada una de las expresiones: “No
tengan miedo”, se suma una nueva razón. En primer lugar el Evangelio posee
una fuerza imparable y el mensaje que Jesús ha encargado terminará por hacerse
público. En segundo lugar, sitúa a los discípulos ante el juicio final para
hacerles comprender que el juicio de los hombres no es definitivo, sino el de
Dios. No dependen de la estima que tengan los hombres por ellos, sino de su
real fidelidad al amor y a la Palabra de Dios. Por último se establece la mayor
seguridad: estamos en manos Dios, padre providente, cuya solicitud llega a
vencer extremos insospechados. El Evangelio, la verdad y el amor de Dios-Padre,
son las razones que Jesús ofrece para seguridad de sus discípulos.
Nada más peligroso que la
incertidumbre y el temor. Pero, ¿nosotros en qué basamos nuestra seguridad?
Construimos fortalezas, ponemos nuevas cerraduras, doble candado y alarma; y
terminamos prisioneros de nosotros mismos y con el enemigo dentro de nuestros
hogares.
Crece entre nosotros el miedo social,
la sospecha de todo, la inseguridad y la necesidad de defenderse y buscar cada
uno la salida a su propia vida. Pero muchas veces descuidamos lo esencial.
Llevamos a nuestros hogares la envidia y el orgullo, la valoración superficial
de la persona, se utiliza la mentira, se engaña y se prostituye… Tememos a los
que matan el cuerpo, pero llevamos con nosotros a los que matan el alma. El
miedo hace imposible la construcción de una sociedad más humana, el miedo
destruye la libertad, el miedo ata y empobrece.
Cristo no está exento de peligros y
es muy consciente de los que afrontarán sus discípulos, pero también confirma
la fuerza y la seguridad de la Buena Nueva que se anuncia, de la verdad que se
proclama y del amor en que confiamos. Me cuestiona sobre todo por lo que
hacemos todos los días y en especial en el nivel educativo. No estamos educando
en los verdaderos valores, en el servicio y en amor.
Desde la infancia se adquieren miedos
y complejos, ansias y anhelos que no son los que propone Cristo. Queremos
salvar el árbol fumigando solamente las ramas pero no vamos a la raíz, donde
encuentra su sostén. Cuando un corazón está vacío ¿cómo podremos convencerlo
que luche por grandes ideales? Cuando se ha aprendido a depender en todo
momento de las cosas materiales ¿cómo pedir que se entusiasmen por el proyecto
de Jesús que nos pide amar a todos? Cuando lo que importa es el que dirían
¿cómo construir un corazón sincero y recto? La fama, el dinero, el placer son
los criterios que van aprendiendo los niños en casa. Y después se sienten
desprotegidos pues no hay dinero suficiente que forje un verdadero hombre o una
verdadera mujer, si no se han sembrado los valores en su corazón
Platiquemos con Jesús cuáles son
nuestros miedos, cuáles son nuestras seguridades, si estamos dando más
importancia a los que matan el cuerpo o a los que matan el alma, si hemos
entrado en la espiral de la violencia. ¿Qué pensamos cuando Cristo nos dice que
no tengamos miedo y nos ofrece como seguridad los brazos amorosos de un Padre
providente?
Padre misericordioso, que nunca dejas
de tu mano a quienes has hecho arraigar en tu amistad, concédenos vivir siempre
movidos por tu amor; ayúdanos a descubrir cuáles son los verdaderos peligros
que están destruyendo nuestras familias, nuestra sociedad y nuestra Iglesia; y
danos la fortaleza y sabiduría necesarias para afrontarlos. Amén.
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