Renovación Matrimonial- Un camino de crecimiento en el amor.
Renovación Matrimonial- Un camino de crecimiento en el amor.
Meditación sobre las Bodas de Cana.
Meditación
1. Se acabó el vino...
Nos encontramos en medio de una gran fiesta. El vino en tales ocasiones era considerado un elemento esencial en la celebración de las bodas, acorde al prestigio de los novios.
A pesar de las expectativas, planes e ilusiones, le ocurrió a esta pareja lo que acontece a no pocos matrimonios: “Ya no hay vino...”, “Ya no hay amor...”. ¿Por qué se escucha esta queja entre dos personas que creyeron en el amor, pero que ahora descubren una zanja entre los dos?
Alrededor de nosotros hay matrimonios que gozan una “luna de miel” perpetua, y otros en los que no hay ni luna de miel.
“¿Por qué el matrimonio se desgrana, se desgasta y cada día se va llevando con más dificultad el compromiso tomado? Ya no es una alegría, ni un entusiasmo que se vive; es un peso y no un privilegio que se lleva en el alma”.
Pero, ¿se acabó el vino de un día para otro? Usualmente, el amor y la perseverancia en la convivencia no se terminan de repente. Quien siempre a manos llenas siembra, cosecha plenitud, pero cuando uno o ambos sólo quieren cosechar, el amor perdura poco. Con egoísmo, el vino más añejo se acaba.
Todos tenemos que admitir la presencia del propio egoísmo. Se quiere reinar, dominar, acaparar, buscar lo mejor para sí. Otro parásito del amor es la rutina. La rutina trabaja despacio pero con eficacia. Actúa en silencio, pero conquista los corazones más nobles y enamorados. Penetra hasta la médula del alma y la llena de indiferencia, la satura de soledad, de vacuidad y de aburrimiento.
La rutina no es dejar de actuar, sino repetir tanto lo ordinario como lo extraordinario, sin contenido, sin amor, sin cariño.
“Ha podido constarse cada vez con más frecuencia que desgraciadamente muchas parejas que se comprometieron ante Dios, al caminar en la vida, al pasar el tiempo, en vez de irse enriqueciendo, fortaleciendo, perfeccionando en el amor y en la entrega que prometieron un día ante un altar, van poco a poco buscándose tanto a sí mismos que aquellas promesas, aquellos juramentos, se quedaron en papel y palabras: una firma que escribieron la noche de su boda”.
¡Qué triste resulta beber con rutina un vino añejo de buena cepa sin saberlo saborear! ¡Qué triste es por rutina acostumbrarse al amor, presencia del otro, dejarlo marchitar lentamente en el propio corazón, dejarlo morir!
¡Qué fácil es, por rutina, empeñar el tesoro de otro, su belleza, su luz, su peculiaridad, la terapia de su sonrisa y amargarse antes las pequeñas limitaciones! Los defectos, antes invisibles, se vuelven quejas monstruosas de la convivencia que destrozan la mutua paz:
• Zapatos fuera de lugar
• Broma que se vuelve crítica y desprecio
• Tu brusquedad, tu tono de voz
• Tu negocio
• Tu gasto
• Tu club de golf
• Tu silencio
• Tu terquedad
• Tu forma de usar el tenedor...
¡Cuántos esposos, antes unidos en la alegría de cualquier gesto, palabra, mirada, ahora congelados en el hielo de la rutina...! Se asemejan al joyero que, por costumbre, se olvida del valor de las esmeraldas, perlas y joyas, y las cambia de sitio sin respeto, sin misterio, sin veneración. Se acostumbra el uno al otro. Por eso hay parejas que:
• Se ven, pero no se encuentran.
• Se hablan, pero escuchan poco.
• Se escuchan, pero no se comprenden.
• Se besan, pero con un corazón paralizado.
• Están en la casa, pero sin hacer hogar...
Esa diabólica rutina justifica toda omisión y acelera la negligencia en todos los deberes matrimoniales y familiares. Los detalles de amistad, las pequeñas muestras de amor, son reminiscencias de un noviazgo que el viento se llevó; se pierde el interés por el otro y sus cosas, e inicia el engañarse en otros hobbies, que a la larga se convierten en peligro. El vino se vuelve vinagre y peligra la felicidad.
2. Se levantó María...
No fueron los discípulos, ni el maestresala quienes se percataron de la falta de vino. Fue la Santísima Virgen quien con su sensibilidad, su intuición, no sólo descubrió el problema, sino que encontró una solución.
Toda solución requiere ser creativo y ser creativo exige sacrificarse. Se levantó María de su sitio, de su comodidad, para evitar una desgracia que dejaría una herida en los recuerdos de los recién casados.
Quien ama de verdad, quien no busca a sí mismo, sino la felicidad del otro sin compensación, encontrará soluciones. Para Dios “nada es imposible”.
La Santísima Virgen nos enseña que el matrimonio es de tres: la pareja y Jesucristo. Él presenció las bodas de Caná, pero está presente en todas. Basta conocer el camino para ir a Él; y, como la Virgen, no imponer, sino proponer una solución. Es un terrible y doloroso engaño pensar que el amor humano puede frustrarse en el amor divino. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada”.
Sin un Amor superior, ¿cómo pueden las personas desprenderse de su amor propio, de su soberbia, de su salvaje vanidad para amar con coherencia y permanencia en el matrimonio? La crisis es muchas veces compañera del amor, pero lo es también Jesucristo, como su fuente de vida y su fortaleza. La pareja que vive en estado de gracia es ya un sagrario del amor de Dios.
Pero no basta ir simplemente con Nuestro Señor Jesucristo y exponerle las dificultades, es preciso obedecerle.
“Llenad las tinajas con agua...”
El autor del amor pidió lo ordinario de todos los días: el agua. Pues para enamorarse, enamorarse y dar felicidad, enamorarse y perseverar en el amor, no se requieren hazañas extraordinarias, sino lo ordinario hecho extraordinariamente bien...
“Llenad las tinajas hasta arriba...”
Los detalles, las cosas pequeñas, ordinarias, son la muralla de contención de toda felicidad. “Quien es fiel en lo pequeño es fiel en lo grande”.
“Llenad las tinajas con agua...”
¿Cuáles son los componentes del A-G-U-A?
APRECIO
Saber valorar la persona del otro, sus cualidades, sus acciones y expresárselo de alguna manera: verbalmente, por escrito o con la aprobación del propio rostro. Saber valorar es hacer crecer al otro, darle importancia, indirectamente afirmar: “Tú me complementas, te necesito, ¿qué haría sin ti?”
Saber valorar es animar al otro y darle la ilusión para que crezca más y mejor. Mark Twain decía: “Puedo vivir un mes con una pequeña alabanza”.
El aprecio es la lupa del amor. “Dame a una persona capaz de apreciar y les daré una persona capaz de amar”:
• ¡Qué buen sentido del humor tienes!
• ¡Qué paciente el domingo con mi mamá!
• ¡Qué memoria!
• ¡Qué capacidad de decisión, qué valiente!
• ¡Qué paz ante los niños!
• ¡Qué bien planchas las camisas!
• ¡Qué guapa!
• ¡Qué color tan apropiado!
• Etc.
El apreciar lo propio con constancia, variedad y sencillez, no sólo ayuda a la pareja a descubrir y disfrutar las conquistas de su propio amor, sino que le protege del brillo de los falsos amores que seducen la felicidad y la armonía del amor.
“¡Oh, Señor!, enséñame a abrir mis ojos con amor, para descubrir en la persona amada todo lo que Tú le has regalado, para apreciarlo y agradecerlo. Y enséñame, Señor, a cerrar mis ojos ante sus caricias, para que la queja no destruya ni robe la paz de mi corazón”.
Llenar las tinajas con el agua del aprecio es saber maravillarse día a día de la persona que Dios escogió desde toda la eternidad para ser la compañía de tu camino hasta la eternidad.
GENEROSIDAD
La generosidad podría definirse como una entrega que duele. El amor que no cuesta, que no duele, podría ser un egoísmo camuflado. La generosidad exige un esfuerzo diario para servir a la persona amada sin buscar compensaciones. “Significa hacer programa de la propia vida al buscar hacer felices a los que viven a nuestro lado sin pensar en nosotros mismos. Y a la vez cuánta fuerza de voluntad y cuánta abnegación nos exige, y qué premio tan grande nos conquista para el cielo”.
Si al final del día los esposos pueden decir: “Hoy hice feliz a la persona amada”, valió la pena haber vivido un día más. De lo contrario, será un día perdido.
La generosidad, que hace milagros, quiere darse, quiere lo mejor para el otro y no las migajas, quiere manifestar en obras su amor y cariño. ¡Qué acatada es la expresión: “los grandes amores están hechos de pequeños amores, las grandes entregas de pequeñas entregas...”!
“Sed fuertes en el amor, sed generosos y magnánimos. No os entreguéis a la estrechez tacaña de lo que es obligación estricta. Más allá empieza el ancho campo de la delicadeza y de las atenciones, del sacrificio y de la afabilidad ingeniosa para dar gusto a los demás en todo aquello que sea posible y que no implique pecado. Hay que llegar al detalle y no despreciar las pequeñas ocasiones de sacrificarse dando a nuestros prójimos una muestra de atención, un rostro alegre, una palabra de aliento, una condolencia; pequeñeces, sí, pero ¡con cuánta frecuencia no somos capaces de tomarnos estas insignificantes molestias! No os engañéis. Son estos detalles los que formarán en vosotros el hábito del amor cristiano”.
UNIDAD
“Hijo, no tienen vino...” “No ha llegado mi hora...”
Donde interviene Cristo se genera un compromiso. Cristo escucha con interés la necesidad expresada por su madre. Trabajaron en equipo. Tenían ambos la misma misión: Hacer felices a los demás.
La unidad de los esposos es obra del amor. No son él por un lado y ella por otro... Están llamados a construir juntos, día a día, ladrillo por ladrillo, la obra del amor en su propio hogar. Pobre hogar donde los esposos están en competencia. En vez de ser colaboradores de una misma tarea, se convierten en adversarios. Esto precipita la gangrena que contamina la convivencia.
¡Qué armonía y paz existe entre los esposos cuando los triunfos de uno son los triunfos de todos, o los fracasos de uno son fracasos de todos! ¡Qué amor tan grande cuando cada uno prefiere que el otro sea mejor, sea preferido, sea más amado que uno..., cuando cada uno se convierte en promotor y trampolín del progreso y crecimiento del otro!
La unidad de mentes y corazones provoca un arreglo pacífico, un buscar el bien que más convenga. La Santísima Virgen y Jesús dialogaban entre sí. Cristo Nuestro Señor la escuchaba atentamente, descubre la preocupación y aflicción que contenían sus palabras. No había llegado la hora de manifestarse públicamente: “Todavía no ha llegado mi hora”.
Sin embargo, nos enseñó cómo responder de buen modo. Responder con la verdad, pero hacer amable la verdad. En pocas palabras, decir la verdad de buen modo.
Cuántos corazones y hogares serían un paraíso si supieran hablarse de buena manera. Dime lo que quieras, pero dímelo de buen modo y haré lo que quieras. Sin este modo empiezan las discusiones, los gritos, las amenazas, las divisiones, los sufrimientos, las separaciones. Hay más divorcio por falta de modo, que por adulterio.
Convendría apreciar que el Creador, al formar al hombre, escribió sobre la palma de la mano una “M”, para recordarnos la importancia del modo de hablar en la relación humana.
“Tened horror a todo lo que signifique un rozón a la Caridad. Cuidadla como la niña de sus ojos, como el alma de su vida cristiana. Evitad las observaciones malas, los tonos ásperos, las palabras inconsideradas. Si el deber os exige dar alguna negativa, suavizadla y templadla con las buenas formas. Con la violencia se rompe, con la dulzura se atrae. Que resplandezca, pues, en vosotros, en toda vuestra vida, la benignidad de Jesucristo, de modo que nunca los demás se sientan repelidos por la frialdad o aspereza de vuestras actuaciones, o por la aspereza o desdeño de vuestros ademanes. La atención, la consideración y el respeto en el trato con los demás, especialmente con aquellos más cercanos a nosotros, han de ser para los esposos la flor de la caridad, el fruto del aprecio sincero y señal de la íntima preferencia por el prójimo”.
La unidad es fruto del amor, pero lo es también del dolor. En no pocos matrimonios y familias se experimenta el sufrimiento, la prueba, la contradicción e incluso la muerte de un ser querido. Estas ocasiones son las grandes oportunidades para fundirse en el amor. El dolor bien aprovechado puede consolidar a la pareja para siempre. El dolor y el amor son las alas de la unidad.
Pero, ¿qué matrimonio y familia puede mantenerse unida sin la fuerza de la oración? La familia que ora unida permanece unida. En estos ratos, como antes y después de la comida, el leer y comentar el santo Evangelio, antes de dormir, etc. Dios va tejiendo la vida con el hilo de la confianza y del optimismo. Da luz para caminar juntos, aún cuando los caminos sean torcidos y cuesta arriba.
ALEGRÍA
Llenad las tinajas con el agua de la alegría.
La alegría del corazón y del rostro transforma la convivencia y la vida de los demás. Despierta anhelos de vivir más, amar mejor, trabajar con más ahínco. La alegría levanta el ánimo decaído, desanimado. En cambio, nada destruye más el amor que convivir con un rostro apagado, muerto, frío, severo, triste, indiferente. Como se suele decir, cara de pocos amigos.
¿Acaso la alegría es un elemento olvidado en tu vida?
¿Acaso tu casa se envejece por falta de sonrisas?
¿Acaso te has olvidado que tu rostro pertenece a los demás?
Ellos tienen derecho a verlo contento y feliz, merecen disfrutar de tu alegría.
¿Tratas de sonreír aunque te sangre el corazón?
¿Cómo te despides por la mañana?
¿Cómo es tu rostro al reencuentro?
La felicidad del corazón, del rostro, no depende de nuestro árbol genealógico, no es una sonrisa social, postiza que se viste de acuerdo a las ocasiones. Se es feliz cuando uno descubre la llamada del amor que proviene del cielo y responde por elección todos los días. Es correspondencia por identidad, no por dualidad.
La alegría es lo que llena el corazón cuando se ha dado al otro: da alegría y serás feliz.
Las gotas suaves pero constantes de alegría, de buen humor, convierten el hogar en un oasis.
¡Esposos contentos, hijos contentos! ¡Esposos enojados y tristes, hijos infelices!
Vivir con alegría es ejercitar la parte noble del corazón. Es vivir en plenitud... ¡Esposos, tontos de ustedes si no son felices, teniendo en casa la fuente misma de felicidad en su mutuo amor!
Conclusión
La reacción del maestresala después de probar el agua convertida en vino fue de admiración, se acercó a los novios y les dijo: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando están ya bebidos, el peor; pero tú -dijo al novio- has guardado hasta ahora el vino mejor”.
¿Acaso no sucede algo así en muchos corazones? Sirven el mejor vino al principio y con el caminar del tiempo, del matrimonio un amor, un vino malo. ¿Te ha sucedido a ti?
Sin embargo, ¿no podría darse también en tu corazón, ocurrir en tu matrimonio el milagro de las bodas de Caná? El milagro de servir ahora tu mejor vino, tu mejor amor.
El agua se convirtió en vino cuando fue servido, no cuando estaba en las tinajas. El amor se convierte verdaderamente en amor cuando se sirve, cuando se manifiesta, cuando se demuestra.
Los milagros ocurren cuando los esposos se entregan el uno al otro. Comparten lo que son y lo que tienen. Si el vino se hubiera quedado en las tinajas se hubiera convertido en vinagre amargo y nadie hubiera paladeado el mejor vino. De la misma manera, el amor que no se comparte, que no se demuestra, que no se vive, es un amor solitario, amargo, que no tiene el buen sabor del vino añejo, del amor de todos los años.
Trata hoy de servir el mejor vino... y encontrarás que siempre hay soluciones... descubrirás que el amor siempre es bien recibido y llena de paz y satisfacción al amado y al que ama.
Al final de este milagro, el primero que realiza Jesús, su madre María, promotora del “mejor vino”, del mejor amor, vuelve al silencio para seguir sirviendo a los demás.
“Servir es reinar”, palabras de S.S. Juan Pablo II. La Virgen María nos da testimonio de este reinado de servicio en la sombra, sin buscar compensaciones, éste es el verdadero reino del mejor amor.
Meditación sobre las Bodas de Cana.
Meditación
1. Se acabó el vino...
Nos encontramos en medio de una gran fiesta. El vino en tales ocasiones era considerado un elemento esencial en la celebración de las bodas, acorde al prestigio de los novios.
A pesar de las expectativas, planes e ilusiones, le ocurrió a esta pareja lo que acontece a no pocos matrimonios: “Ya no hay vino...”, “Ya no hay amor...”. ¿Por qué se escucha esta queja entre dos personas que creyeron en el amor, pero que ahora descubren una zanja entre los dos?
Alrededor de nosotros hay matrimonios que gozan una “luna de miel” perpetua, y otros en los que no hay ni luna de miel.
“¿Por qué el matrimonio se desgrana, se desgasta y cada día se va llevando con más dificultad el compromiso tomado? Ya no es una alegría, ni un entusiasmo que se vive; es un peso y no un privilegio que se lleva en el alma”.
Pero, ¿se acabó el vino de un día para otro? Usualmente, el amor y la perseverancia en la convivencia no se terminan de repente. Quien siempre a manos llenas siembra, cosecha plenitud, pero cuando uno o ambos sólo quieren cosechar, el amor perdura poco. Con egoísmo, el vino más añejo se acaba.
Todos tenemos que admitir la presencia del propio egoísmo. Se quiere reinar, dominar, acaparar, buscar lo mejor para sí. Otro parásito del amor es la rutina. La rutina trabaja despacio pero con eficacia. Actúa en silencio, pero conquista los corazones más nobles y enamorados. Penetra hasta la médula del alma y la llena de indiferencia, la satura de soledad, de vacuidad y de aburrimiento.
La rutina no es dejar de actuar, sino repetir tanto lo ordinario como lo extraordinario, sin contenido, sin amor, sin cariño.
“Ha podido constarse cada vez con más frecuencia que desgraciadamente muchas parejas que se comprometieron ante Dios, al caminar en la vida, al pasar el tiempo, en vez de irse enriqueciendo, fortaleciendo, perfeccionando en el amor y en la entrega que prometieron un día ante un altar, van poco a poco buscándose tanto a sí mismos que aquellas promesas, aquellos juramentos, se quedaron en papel y palabras: una firma que escribieron la noche de su boda”.
¡Qué triste resulta beber con rutina un vino añejo de buena cepa sin saberlo saborear! ¡Qué triste es por rutina acostumbrarse al amor, presencia del otro, dejarlo marchitar lentamente en el propio corazón, dejarlo morir!
¡Qué fácil es, por rutina, empeñar el tesoro de otro, su belleza, su luz, su peculiaridad, la terapia de su sonrisa y amargarse antes las pequeñas limitaciones! Los defectos, antes invisibles, se vuelven quejas monstruosas de la convivencia que destrozan la mutua paz:
• Zapatos fuera de lugar
• Broma que se vuelve crítica y desprecio
• Tu brusquedad, tu tono de voz
• Tu negocio
• Tu gasto
• Tu club de golf
• Tu silencio
• Tu terquedad
• Tu forma de usar el tenedor...
¡Cuántos esposos, antes unidos en la alegría de cualquier gesto, palabra, mirada, ahora congelados en el hielo de la rutina...! Se asemejan al joyero que, por costumbre, se olvida del valor de las esmeraldas, perlas y joyas, y las cambia de sitio sin respeto, sin misterio, sin veneración. Se acostumbra el uno al otro. Por eso hay parejas que:
• Se ven, pero no se encuentran.
• Se hablan, pero escuchan poco.
• Se escuchan, pero no se comprenden.
• Se besan, pero con un corazón paralizado.
• Están en la casa, pero sin hacer hogar...
Esa diabólica rutina justifica toda omisión y acelera la negligencia en todos los deberes matrimoniales y familiares. Los detalles de amistad, las pequeñas muestras de amor, son reminiscencias de un noviazgo que el viento se llevó; se pierde el interés por el otro y sus cosas, e inicia el engañarse en otros hobbies, que a la larga se convierten en peligro. El vino se vuelve vinagre y peligra la felicidad.
2. Se levantó María...
No fueron los discípulos, ni el maestresala quienes se percataron de la falta de vino. Fue la Santísima Virgen quien con su sensibilidad, su intuición, no sólo descubrió el problema, sino que encontró una solución.
Toda solución requiere ser creativo y ser creativo exige sacrificarse. Se levantó María de su sitio, de su comodidad, para evitar una desgracia que dejaría una herida en los recuerdos de los recién casados.
Quien ama de verdad, quien no busca a sí mismo, sino la felicidad del otro sin compensación, encontrará soluciones. Para Dios “nada es imposible”.
La Santísima Virgen nos enseña que el matrimonio es de tres: la pareja y Jesucristo. Él presenció las bodas de Caná, pero está presente en todas. Basta conocer el camino para ir a Él; y, como la Virgen, no imponer, sino proponer una solución. Es un terrible y doloroso engaño pensar que el amor humano puede frustrarse en el amor divino. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada”.
Sin un Amor superior, ¿cómo pueden las personas desprenderse de su amor propio, de su soberbia, de su salvaje vanidad para amar con coherencia y permanencia en el matrimonio? La crisis es muchas veces compañera del amor, pero lo es también Jesucristo, como su fuente de vida y su fortaleza. La pareja que vive en estado de gracia es ya un sagrario del amor de Dios.
Pero no basta ir simplemente con Nuestro Señor Jesucristo y exponerle las dificultades, es preciso obedecerle.
“Llenad las tinajas con agua...”
El autor del amor pidió lo ordinario de todos los días: el agua. Pues para enamorarse, enamorarse y dar felicidad, enamorarse y perseverar en el amor, no se requieren hazañas extraordinarias, sino lo ordinario hecho extraordinariamente bien...
“Llenad las tinajas hasta arriba...”
Los detalles, las cosas pequeñas, ordinarias, son la muralla de contención de toda felicidad. “Quien es fiel en lo pequeño es fiel en lo grande”.
“Llenad las tinajas con agua...”
¿Cuáles son los componentes del A-G-U-A?
APRECIO
Saber valorar la persona del otro, sus cualidades, sus acciones y expresárselo de alguna manera: verbalmente, por escrito o con la aprobación del propio rostro. Saber valorar es hacer crecer al otro, darle importancia, indirectamente afirmar: “Tú me complementas, te necesito, ¿qué haría sin ti?”
Saber valorar es animar al otro y darle la ilusión para que crezca más y mejor. Mark Twain decía: “Puedo vivir un mes con una pequeña alabanza”.
El aprecio es la lupa del amor. “Dame a una persona capaz de apreciar y les daré una persona capaz de amar”:
• ¡Qué buen sentido del humor tienes!
• ¡Qué paciente el domingo con mi mamá!
• ¡Qué memoria!
• ¡Qué capacidad de decisión, qué valiente!
• ¡Qué paz ante los niños!
• ¡Qué bien planchas las camisas!
• ¡Qué guapa!
• ¡Qué color tan apropiado!
• Etc.
El apreciar lo propio con constancia, variedad y sencillez, no sólo ayuda a la pareja a descubrir y disfrutar las conquistas de su propio amor, sino que le protege del brillo de los falsos amores que seducen la felicidad y la armonía del amor.
“¡Oh, Señor!, enséñame a abrir mis ojos con amor, para descubrir en la persona amada todo lo que Tú le has regalado, para apreciarlo y agradecerlo. Y enséñame, Señor, a cerrar mis ojos ante sus caricias, para que la queja no destruya ni robe la paz de mi corazón”.
Llenar las tinajas con el agua del aprecio es saber maravillarse día a día de la persona que Dios escogió desde toda la eternidad para ser la compañía de tu camino hasta la eternidad.
GENEROSIDAD
La generosidad podría definirse como una entrega que duele. El amor que no cuesta, que no duele, podría ser un egoísmo camuflado. La generosidad exige un esfuerzo diario para servir a la persona amada sin buscar compensaciones. “Significa hacer programa de la propia vida al buscar hacer felices a los que viven a nuestro lado sin pensar en nosotros mismos. Y a la vez cuánta fuerza de voluntad y cuánta abnegación nos exige, y qué premio tan grande nos conquista para el cielo”.
Si al final del día los esposos pueden decir: “Hoy hice feliz a la persona amada”, valió la pena haber vivido un día más. De lo contrario, será un día perdido.
La generosidad, que hace milagros, quiere darse, quiere lo mejor para el otro y no las migajas, quiere manifestar en obras su amor y cariño. ¡Qué acatada es la expresión: “los grandes amores están hechos de pequeños amores, las grandes entregas de pequeñas entregas...”!
“Sed fuertes en el amor, sed generosos y magnánimos. No os entreguéis a la estrechez tacaña de lo que es obligación estricta. Más allá empieza el ancho campo de la delicadeza y de las atenciones, del sacrificio y de la afabilidad ingeniosa para dar gusto a los demás en todo aquello que sea posible y que no implique pecado. Hay que llegar al detalle y no despreciar las pequeñas ocasiones de sacrificarse dando a nuestros prójimos una muestra de atención, un rostro alegre, una palabra de aliento, una condolencia; pequeñeces, sí, pero ¡con cuánta frecuencia no somos capaces de tomarnos estas insignificantes molestias! No os engañéis. Son estos detalles los que formarán en vosotros el hábito del amor cristiano”.
UNIDAD
“Hijo, no tienen vino...” “No ha llegado mi hora...”
Donde interviene Cristo se genera un compromiso. Cristo escucha con interés la necesidad expresada por su madre. Trabajaron en equipo. Tenían ambos la misma misión: Hacer felices a los demás.
La unidad de los esposos es obra del amor. No son él por un lado y ella por otro... Están llamados a construir juntos, día a día, ladrillo por ladrillo, la obra del amor en su propio hogar. Pobre hogar donde los esposos están en competencia. En vez de ser colaboradores de una misma tarea, se convierten en adversarios. Esto precipita la gangrena que contamina la convivencia.
¡Qué armonía y paz existe entre los esposos cuando los triunfos de uno son los triunfos de todos, o los fracasos de uno son fracasos de todos! ¡Qué amor tan grande cuando cada uno prefiere que el otro sea mejor, sea preferido, sea más amado que uno..., cuando cada uno se convierte en promotor y trampolín del progreso y crecimiento del otro!
La unidad de mentes y corazones provoca un arreglo pacífico, un buscar el bien que más convenga. La Santísima Virgen y Jesús dialogaban entre sí. Cristo Nuestro Señor la escuchaba atentamente, descubre la preocupación y aflicción que contenían sus palabras. No había llegado la hora de manifestarse públicamente: “Todavía no ha llegado mi hora”.
Sin embargo, nos enseñó cómo responder de buen modo. Responder con la verdad, pero hacer amable la verdad. En pocas palabras, decir la verdad de buen modo.
Cuántos corazones y hogares serían un paraíso si supieran hablarse de buena manera. Dime lo que quieras, pero dímelo de buen modo y haré lo que quieras. Sin este modo empiezan las discusiones, los gritos, las amenazas, las divisiones, los sufrimientos, las separaciones. Hay más divorcio por falta de modo, que por adulterio.
Convendría apreciar que el Creador, al formar al hombre, escribió sobre la palma de la mano una “M”, para recordarnos la importancia del modo de hablar en la relación humana.
“Tened horror a todo lo que signifique un rozón a la Caridad. Cuidadla como la niña de sus ojos, como el alma de su vida cristiana. Evitad las observaciones malas, los tonos ásperos, las palabras inconsideradas. Si el deber os exige dar alguna negativa, suavizadla y templadla con las buenas formas. Con la violencia se rompe, con la dulzura se atrae. Que resplandezca, pues, en vosotros, en toda vuestra vida, la benignidad de Jesucristo, de modo que nunca los demás se sientan repelidos por la frialdad o aspereza de vuestras actuaciones, o por la aspereza o desdeño de vuestros ademanes. La atención, la consideración y el respeto en el trato con los demás, especialmente con aquellos más cercanos a nosotros, han de ser para los esposos la flor de la caridad, el fruto del aprecio sincero y señal de la íntima preferencia por el prójimo”.
La unidad es fruto del amor, pero lo es también del dolor. En no pocos matrimonios y familias se experimenta el sufrimiento, la prueba, la contradicción e incluso la muerte de un ser querido. Estas ocasiones son las grandes oportunidades para fundirse en el amor. El dolor bien aprovechado puede consolidar a la pareja para siempre. El dolor y el amor son las alas de la unidad.
Pero, ¿qué matrimonio y familia puede mantenerse unida sin la fuerza de la oración? La familia que ora unida permanece unida. En estos ratos, como antes y después de la comida, el leer y comentar el santo Evangelio, antes de dormir, etc. Dios va tejiendo la vida con el hilo de la confianza y del optimismo. Da luz para caminar juntos, aún cuando los caminos sean torcidos y cuesta arriba.
ALEGRÍA
Llenad las tinajas con el agua de la alegría.
La alegría del corazón y del rostro transforma la convivencia y la vida de los demás. Despierta anhelos de vivir más, amar mejor, trabajar con más ahínco. La alegría levanta el ánimo decaído, desanimado. En cambio, nada destruye más el amor que convivir con un rostro apagado, muerto, frío, severo, triste, indiferente. Como se suele decir, cara de pocos amigos.
¿Acaso la alegría es un elemento olvidado en tu vida?
¿Acaso tu casa se envejece por falta de sonrisas?
¿Acaso te has olvidado que tu rostro pertenece a los demás?
Ellos tienen derecho a verlo contento y feliz, merecen disfrutar de tu alegría.
¿Tratas de sonreír aunque te sangre el corazón?
¿Cómo te despides por la mañana?
¿Cómo es tu rostro al reencuentro?
La felicidad del corazón, del rostro, no depende de nuestro árbol genealógico, no es una sonrisa social, postiza que se viste de acuerdo a las ocasiones. Se es feliz cuando uno descubre la llamada del amor que proviene del cielo y responde por elección todos los días. Es correspondencia por identidad, no por dualidad.
La alegría es lo que llena el corazón cuando se ha dado al otro: da alegría y serás feliz.
Las gotas suaves pero constantes de alegría, de buen humor, convierten el hogar en un oasis.
¡Esposos contentos, hijos contentos! ¡Esposos enojados y tristes, hijos infelices!
Vivir con alegría es ejercitar la parte noble del corazón. Es vivir en plenitud... ¡Esposos, tontos de ustedes si no son felices, teniendo en casa la fuente misma de felicidad en su mutuo amor!
Conclusión
La reacción del maestresala después de probar el agua convertida en vino fue de admiración, se acercó a los novios y les dijo: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando están ya bebidos, el peor; pero tú -dijo al novio- has guardado hasta ahora el vino mejor”.
¿Acaso no sucede algo así en muchos corazones? Sirven el mejor vino al principio y con el caminar del tiempo, del matrimonio un amor, un vino malo. ¿Te ha sucedido a ti?
Sin embargo, ¿no podría darse también en tu corazón, ocurrir en tu matrimonio el milagro de las bodas de Caná? El milagro de servir ahora tu mejor vino, tu mejor amor.
El agua se convirtió en vino cuando fue servido, no cuando estaba en las tinajas. El amor se convierte verdaderamente en amor cuando se sirve, cuando se manifiesta, cuando se demuestra.
Los milagros ocurren cuando los esposos se entregan el uno al otro. Comparten lo que son y lo que tienen. Si el vino se hubiera quedado en las tinajas se hubiera convertido en vinagre amargo y nadie hubiera paladeado el mejor vino. De la misma manera, el amor que no se comparte, que no se demuestra, que no se vive, es un amor solitario, amargo, que no tiene el buen sabor del vino añejo, del amor de todos los años.
Trata hoy de servir el mejor vino... y encontrarás que siempre hay soluciones... descubrirás que el amor siempre es bien recibido y llena de paz y satisfacción al amado y al que ama.
Al final de este milagro, el primero que realiza Jesús, su madre María, promotora del “mejor vino”, del mejor amor, vuelve al silencio para seguir sirviendo a los demás.
“Servir es reinar”, palabras de S.S. Juan Pablo II. La Virgen María nos da testimonio de este reinado de servicio en la sombra, sin buscar compensaciones, éste es el verdadero reino del mejor amor.
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