¡Tengo sed de amarte y de que tu me ames
«Tengo sed de amarte y de que tú me
ames». Carta de Dios a un alma que lo busca
«Mira que estoy a la
puerta y llamo...» (Apocalipsis 3, 20).
Ella ha sido un gran modelo de entrega y servicio al prójimo, ha
logrado «amar hasta que duela». Ha sido testimonio vivo de lo que significa
creer en el Evangelio, ha predicado con sus palabras, pero más con su ejemplo.Mujer
humilde, de frases
sencillas, que más de una vez ha dejado sin palabras hasta al más intelectual.
Próximamente santa, de apacible carácter, a quien las cámaras y la presencia de
líderes mundiales jamás la perturbaron. Ejemplo de oración, caridad y pobreza,
de gran alegría y paz interior fuertes como una roca, fuertes como su fe.
Sí,
hablamos de la Madre Teresa, quien una vez más nos sorprende por la profundidad de
sus escritos y nos demuestra que Dios está en una constante búsqueda de sus
hijos. Aprovechando especialmente este tiempo de Semana Santa, la siguiente oración
nos invita a contemplar el valor que tiene nuestra vida y el precio que nuestro
Señor Jesús ha pagado por ella.
Tengo sed
de ti
Es verdad. Estoy a
la puerta de tu corazón, de día y de noche. Aun cuando no estás escuchando, aun
cuando dudes que pudiera ser yo, ahí estoy: esperando la más pequeña señal de
respuesta, hasta la más pequeña sugerencia de invitación que me permita entrar.
Y
quiero que sepas que cada vez que me invitas, yo vengo siempre, sin falta.
Vengo en silencio e invisible, pero con un poder y un amor infinitos, trayendo
los muchos dones de mi Espíritu. Vengo con mi misericordia, con mi deseo de
perdonarte y de sanarte, con un amor hacia ti que va más allá de tu
comprensión. Un amor en cada detalle, tan grande como el amor que he recibido
de mi Padre «Yo los he amado a ustedes como el Padre me ama a mí…» (Jn. 15,10). Vengo
deseando consolarte y darte fuerza, levantarte y vendar todas tus heridas. Te traigo mi luz, para disipar tu oscuridad
y todas tus dudas. Vengo con mi poder, que me permite cargarte a ti: con mi
gracia, para tocar tu corazón y transformar tu vida. Vengo con mi paz, para
tranquilizar tu alma.
Te conozco como la palma de mi mano, sé todo acerca
de ti, hasta los cabellos de tu cabeza he contado. No hay nada en tu
vida que no tenga importancia para mí. Te he seguido a través de los
años y siempre te he amado, hasta en tus extravíos. Conozco cada uno de tus
problemas. Conozco tus necesidades y tus preocupaciones y, si, conozco todos
tus pecados. Pero te digo de nuevo que te amo, no por lo que has hecho o dejado
de hacer, te amo por ti, por la belleza y la dignidad que mi Padre te dio al
crearte a su propia imagen. Es una dignidad que muchas veces has olvidado, una
belleza que has empañado por el pecado. Pero te amo como eres y he derramado mi
sangre para rescatarte. Si solo me lo pides con fe, mi gracia tocará todo lo
que necesita ser cambiado en tu vida: yo te daré la fuerza para librarte del
pecado y de todo su poder destructor.
Sé lo que hay en tu corazón, conozco tu soledad y
todas tus heridas, los rechazos, los juicios, las humillaciones, Yo lo
sobrellevé todo antes que tú. Y todo lo sobrellevé por ti, para que pudieras
compartir mi fuerza y mi victoria. Conozco, sobre todo, tu necesidad de amor,
sé que tan sediento estás de amor y de ternura. Pero cuántas veces has deseado
satisfacer tu sed en vano, buscando ese amor con egoísmo, tratando de llenar el
vacío dentro de ti con placeres pasajeros, con el vacío aún mayor del pecado. ¿Tienes
sed de amor? «Vengan a mí todos los que tengan sed…» (Jn. 7, 37). Yo
te saciaré y te llenaré. ¿Tienes sed de ser amado? Te amo más de lo que te
puedes imaginar… hasta el punto de morir en la cruz por ti.
Tengo sed de ti. Sí,
esa es la única manera en que apenas puedo empezar a describir mi amor. Tengo
sed de ti. Tengo sed de amarte y de que tú me ames. Tan precioso eres para mí
que tengo sed de ti. Ven a mí y llenaré tu corazón y sanaré tus heridas. Te
haré una nueva creación y te daré la paz aún en tus pruebas. Tengo sed de ti.
Nunca debes dudar de mi misericordia, de mi deseo de perdonarte, de mi anhelo
por bendecirte y vivir mi vida en ti, y de que te acepto sin importar lo que
hayas hecho. Tengo sed de ti. Si te sientes de poco valor a los ojos del mundo,
no importa. No hay nadie que me interese más en todo el mundo que tú. Tengo sed
de ti. Ábrete a mí, ven a mí, ten sed de mí, dame tu vida. Yo te probaré qué
tan valioso eres para mi Corazón.
¿No te das cuenta de que mi Padre ya tiene un plan
perfecto para transformar tu vida a partir de este momento? Confía en mí.
Pídeme todos los días que entre y que me encargue de tu vida y lo haré. Te
prometo ante mi Padre en el Cielo que haré milagros en tu vida. ¿Por qué haría
yo esto? Porque tengo sed de ti. Lo único que te pido es que te confíes
completamente a mí. Yo haré todo lo demás.
Desde ahora, ya veo el lugar que mi Padre te ha
preparado en mi Reino. Recuerda que eres peregrino en esta vida viajando a
casa. El pecado nunca te puede satisfacer ni traerte la paz que anhelas. Todo
lo que has buscado fuera de mí solo te ha dejado más vacío, así que no
te ates a las cosas de este mundo; pero, sobre todo, no te alejes de mí cuando
caigas. Ven a mí sin tardanza porque cuando me das tus pecados, me das la
alegría de ser tu Salvador. No hay nada que yo no pueda perdonar y sanar, así
que ven ahora y descarga tu alma.
No importa cuánto hayas andado sin rumbo, no
importa cuántas veces me hayas olvidado, no importa cuántas cruces lleves en
esta vida, hay algo que quiero que siempre recuerdes y que nunca cambiará.
Tengo sed de ti, tal y como eres. No tienes que cambiar para creer en mi amor,
ya que será tu confianza en ese amor la que te hará cambiar. Tú te olvidas de
mí y, sin embargo, Yo te busco a cada momento del día y estoy ante las puertas
de tu corazón, llamando. ¿Encuentras esto difícil de creer? Entonces, mira
la Cruz, mira mi Corazón que fue traspasado por ti. ¿No has comprendido mi
Cruz?, entonces escucha de nuevo las palabras que digo en ella, te dicen
claramente por qué yo soporté todo esto por ti: «… Tengo sed de ti» (Jn.
19, 28). Sí, Tengo sed de ti. Como el resto del salmo que yo estaba rezando
dice de mí: «…esperé compasión inútilmente, esperé alguien que me consolara y
no le hallé» (Salmo 69, 20). Toda tu vida he estado deseando tu amor. Nunca he
cesado de buscarlo y de anhelar que me correspondas. Tú has probado muchas
cosas en tu afán por ser feliz. ¿Por qué no intentas abrirme tu corazón, ahora
mismo, abrirlo más de lo que lo has hecho antes?
Cuando finalmente abras las puertas de tu corazón y
finalmente te acerques lo suficiente, entonces me oirás decir una y otra vez,
no en meras palabras humanas sino en espíritu: «no importa qué es lo que hayas
hecho, te amo por ti mismo. Ven a mí con tu miseria y tus pecados, con
tus problemas y necesidades, y con todo tu deseo de ser amado. Estoy a la
puerta de tu corazón y llamo… ábreme, porque TENGO SED DE TI.
Jesús es Dios, por lo tanto su amor y su sed son
infinitos. Él, Creador del universo, pidió el amor de sus criaturas. Tiene
sed de nuestro amor… Estas palabras: «tengo sed» ¿tienen un eco en
nuestra alma?».
Madre Teresa de Calcuta
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